Lo del precio de los medicamentos es una preocupación para países de todo tipo, tanto para los que disponen de más PIB, como para los que llegan más ajustados a final de mes. El gasto sanitario en productos farmacéuticos es uno de los principales quebraderos de cabeza de los políticos, y las medidas de control y reducción (más o menos acertadas) son casi continuas.
Hace unos meses, la propia Hillary Clinton saltó en twitter dando a entender que las subidas masivas de precios no tenían sentido, y que los gobiernos debían evitarlo. El origen de este cabreo era una noticia de The New York Times que contaba la historia del Daraprim, que subió desde los 13'50 dólares a los 750 dólares aprovechando que la compañía fabricante cambió de dueño.
Y para acabar, hace unos días nos tropezamos con esta noticia en El Mundo que revisa el motivo de las diferencias de precios para el mismo medicamento en varios países europeos. Curiosamente, España es el país con uno de los precios más bajos, pero la duda es clara: ¿por qué España paga 43,70 euros por la gemcitabina y el Reino Unido 167 euros? El origen de los datos es un estudio publicado en Lancet Oncology que compara los precios entre Australia, Nueva Zelanda y 16 países europeos, y las diferencias son notables.
Una de las principales limitaciones del estudio se centra en la disponibilidad de los precios reales de compra, esto es, incluyendo descuentos o cualquier otro tipo de acuerdo por volumen. Los autores han comparado precios oficiales, que no siempre son los que se pagan. Aún así, las diferencias son abismales en algunos productos.